A
Simone le encanta escribir cartas que, a pesar de tener destinatarios concretos, no envía a nadie. Algunas son para ella misma,
otras son para alguna amiga, para su amado, su madre o su padre que la acompaña
día y noche desde donde sea que se encuentre. A veces, Simone también dirige sus cartas a cosas en lugar de a personas. Entonces se explaya en mostrar las maravillosas cualidades de la flor
convirtiéndose en granada o de la hoja del castaño mudando de color. Los pájaros, las nubes
y la luna también encuentran lugar entre las líneas de sus epístolas.
En sus
cartas, Simone siempre toma como tema del que hablar la persona o cosa destinataria.
Generalmente comienza contextualizando con alguna anécdota propia reciente,
algunas de las novedades de su vida o simplemente el transcurso habitual de sus
días. Después, pasa a expresar lo que la persona o cosa a quien se dirige le despierta,
aquello de ella que quiere remarcar, aquello que necesita decirle. A veces las
palabras le faltan para abarcar la grandeza de las emociones que quiere
expresar; otras, las críticas, exigencias y decepciones se lían y enrollan hasta
acabar con todo atisbo de vida. Simone no piensa cuando escribe, solo deja a
las palabras salir sin ponerles trabas ni atraparlas con juicios.
Una vez concluida
la carta, Simone se dispone a leerla todo seguido para localizar y subrayar el nombre de la persona o cosa a la que ha dirigido sus palabras. Cuando tiene todos los nombres localizados, los cambia por el suyo propio, convirtiéndose así, de un plumazo literal, en la protagonista de
todas las cosas expresadas. Solo después de haber cambiado todos los nombres
por el suyo, Simone lee la carta en voz alta. Es así como, al verlo
en los otros, Simone se da cuenta de todo lo que ama y odia de ella misma.
Terminado
el proceso, Simone mete la carta en un sobre y la guarda en el cajón de su
escritorio. Cuando el cajón está lleno, saca todas las cartas y las vuelve a
leer. Aquellas cuyo mensaje Simone aún no ha conseguido ver, permanecen en el cajón. Aquellas
en las que Simone se reconoce como en el espejo, pasan a ser quemadas en una
hoguera a la luz de la luna.
Simone aprovecha estas hogueras para agradecer
todas y cada una de las cartas, todas y cada una de las palabras devueltas en
su correspondencia con ella misma.