miércoles, 31 de julio de 2013

Simone escribe cartas



A Simone le encanta escribir cartas que, a pesar de tener destinatarios concretos, no envía a nadie. Algunas son para ella misma, otras son para alguna amiga, para su amado, su madre o su padre que la acompaña día y noche desde donde sea que se encuentre. A veces, Simone también dirige sus cartas a cosas en lugar de a personas. Entonces se explaya en mostrar las maravillosas cualidades de la flor convirtiéndose en granada o de la hoja del castaño mudando de color. Los pájaros, las nubes y la luna también encuentran lugar entre las líneas de sus epístolas.

En sus cartas, Simone siempre toma como tema del que hablar la persona o cosa destinataria. Generalmente comienza contextualizando con alguna anécdota propia reciente, algunas de las novedades de su vida o simplemente el transcurso habitual de sus días. Después, pasa a expresar lo que la persona o cosa a quien se dirige le despierta, aquello de ella que quiere remarcar, aquello que necesita decirle. A veces las palabras le faltan para abarcar la grandeza de las emociones que quiere expresar; otras, las críticas, exigencias y decepciones se lían y enrollan hasta acabar con todo atisbo de vida. Simone no piensa cuando escribe, solo deja a las palabras salir sin ponerles trabas ni atraparlas con juicios. 

Una vez concluida la carta, Simone se dispone a leerla todo seguido para localizar y subrayar el nombre de la persona o cosa a la que ha dirigido sus palabras. Cuando tiene todos los nombres localizados, los cambia por el suyo propio, convirtiéndose así, de un plumazo literal, en la protagonista de todas las cosas expresadas. Solo después de haber cambiado todos los nombres por el suyo, Simone lee la carta en voz alta. Es así como, al verlo en los otros, Simone se da cuenta de todo lo que ama y odia de ella misma.

Terminado el proceso, Simone mete la carta en un sobre y la guarda en el cajón de su escritorio. Cuando el cajón está lleno, saca todas las cartas y las vuelve a leer. Aquellas cuyo mensaje Simone aún no ha conseguido ver,  permanecen en el cajón. Aquellas en las que Simone se reconoce como en el espejo, pasan a ser quemadas en una hoguera a la luz de la luna. 

Simone aprovecha estas hogueras para agradecer todas y cada una de las cartas, todas y cada una de las palabras devueltas en su correspondencia con ella misma. 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Simone y las palabras



Simone tiene un problema con las palabras, por eso, cada vez que intenta decirle a su amado lo que siente por él, salen de su boca frases disparatadas que no tienen ninguna relación con el tema sobre el que están conversando. Su amado cree saber lo que le pasa, cree saber de donde vienen esas frases sin sentido que no la dejan declarar su amor. Con la intención de ayudarla él le dice constantemente que la quiere, así ella sólo tendrá que decir “yo también”, algo que a Simone podría resultarle más sencillo.

A veces, Simone contesta al “te quiero” de su amado contándole cosas como que se le ha salido el aro al único sujetador beige que tiene. Eso le pasa por meterlo en la lavadora. Su amado sonríe.
Otras veces, Simone responde que los champiñones troceados le van muy bien a la crema de espinacas o que han aparecido goteras en la cocina.

Con el tiempo su amado siempre olvida las respuestas de Simone a medida que amplia el número de veces que le declara su amor, convencido de que eso la ayuda.

Hoy su amado le ha vuelto a decir que la quiere y Simone le ha hablado de termitas. Dice que tiene terminas por dentro, termitas que se despiertan al oír palabras de amor y que se alimentan de los sentimientos que esas palabras generan en ella. Para que  permanezcan dormidas sólo se le ocurre una solución.

Simone entonces le habla de la fibra óptica. Y su amado, de la formación de las nubes.

miércoles, 9 de enero de 2013

Simone canta en un musical


A Simone le encantan los musicales. En algún momento de su vida, a Simone le encantaría vivir la situación en la que un desconocido se pusiera a cantar de pronto en el autobús y que el resto de pasajeros comenzara a hacer los coros. Si además se pusieran a bailar entre las barras y a deslizarse por el pasillo, muchísimo mejor. Así se sentiría dentro de un musical y se cumpliría uno de sus sueños. Tan sencillo como eso. 

Sin embargo, en lugar de vivir entre acordes y melodías envolventes, Simone se siente rodeada de sonidos estridentes. El claxon de la moto del chico que viene a recoger a su novia en la casa de al lado; el perro del vecino que se pone a ladrar cada vez que Simone se asoma al balcón; el golpeteo de los pies del vecino al subir las escaleras; ¡como no!, el mítico camión de basura alrededor de la media noche y el legendario butanero que aún sigue avisando de su llegada al barrio con varios toques de claxon y agitando las bombonas unas contras otras. Con tanto sonido discordante, el silencio es tan ansiado por Simone como vivir en un musical.

Una noche, cuando el butanero soñaba con su época legendaria de conquistas y  el basurero con un mundo sin desperdicios, Simone se vio envuelta en silencio. Asomada a la ventana, mientras respiraba el fresco nocturno del verano, Simone notó una extraña presencia. El perro estaría durmiendo, el chico de la moto ya habría dejado a su novia en la casa y el vecino se habría cansado de subir y bajar escaleras. El caso es que por una vez desde no se sabe cuándo, Simone no escuchaba nada más que silencio.  Entonces comenzó el musical.

Las primeras notas fueron de percusión. Simone tardó varios segundos en comprender que el sonido provenía de su corazón. La sorpresa en la que se encontraba no le impidió reconocer que era la mejor percusión que había oído en su vida. El ritmo, dado por los tambores de una batería acariciados por escobillas, era claro, lento y acogedor.

A las pocas notas se unió un bajo, ¿o era un contrabajo? Simone siempre se había sentido más atraía por la elegancia de los contrabajos que por la modernidad del bajo, por eso decidió que si había un bajo en su orquesta interna sería un contrabajo. No necesitó prestar mucha atención para descubrir que el sonido provenía precisamente del bajo vientre, justamente de debajo del ombligo... O estaba loca o era su útero resonando a su propio ritmo, diferente al del corazón pero armonizado con él.

Su cuerpo resonaba por el pecho y por el bajo vientre mientras Simone esperaba expectante que apareciera el cantante y la sacara a bailar por los tejados de su barrio bajo la luna llena.

La sección al completo de vientos la sacó de su expectación de un susto. Esperaba que los instrumentos melódicos fueran incorporándose, pero no contaba con que fuera de forma tan repentina. Al momento, los violines hacían de las suyas y Simone no pudo esperar a que llegara alguien y la sacara a bailar. Ella sola, cortejada por toda la orquesta, comenzó a improvisar la letra de la canción como si la hubiera cantado siempre mientras se subía a la cama para verse cantar de cuerpo entero en el espejo de la habitación y se deslizaba por la barandilla de la escalera de su portal. La mañana la sorprendió entonando los buenos días sobre el claxon de la moto mientras el perro se unía con sus ladridos a la percusión.

Ese día Simone caminaba envuelta en armonía musical en dirección, como cada mañana, a la parada de autobús. Al subir las escaleras miró al conductor y le sonrió. La percusión estaba preparada, los vientos también. El coro, por fin, la estaba esperando.