martes, 20 de noviembre de 2012

Las banderas de Simone


Todos los domingos Simone va a ver a su madre. Unas veces va a desayunar con ella, otras a almorzar y otras a pasear por la tarde. Sea a la hora que sea, cada semana Simone pasa una parte del domingo con ella.

Su madre, siempre que se ven, le pregunta las mismas cosas: por su trabajo, si se va a casar con su amado y cuándo van a tener hijos.

Antes, cuando Simone era más joven, se alteraba mucho por las preguntas de su madre. Cada semana sentía la necesidad de explicarle con las palabras de muchos y muchas teóricos que ella no había venido a este mundo para pasarse la vida dentro de la cadena de montaje capitalista; que tampoco tenía intención de rendir culto con el matrimonio a una civilización castradora de lo femenino y de las mujeres, y mucho menos de completar el triángulo edípico teniendo hijos. Cada domingo Simone sacaba con su madre todas las banderas ideológicas con las que se vestía: las nuevas que había ido adquiriendo durante la semana y las que ya llevaba de ropa interior.

Su madre nunca entendía nada. Para ella su hija hablaba con palabras ladrillos, palabras que más que unir lazos entre las personas parecían querer separarlas por matices. Tantas teorías a ella no le decían nada, por eso a su madre no le quedaba más remedio que volver a preguntar lo mismo la semana siguiente, a ver si entre tantas frases tan bien aprendidas conseguía oír, aunque fuera de lejos, la voz de su hija.

Ahora, cuando su madre le hace estas preguntas, Simone le cuenta que ha escrito tres poemas nuevos y dos cuentos, que anoche su amado le preparó una cena riquísima por sorpresa y que, últimamente, cuando está ovulando, entrevé la madre que podría llegar a ser. Simone no sabe qué pasará en el futuro, no tiene ni idea de por dónde irá su vida, pero eso es lo que siente y quiere contárselo a su madre.
Su madre está feliz de volver a oír tan de cerca la voz de su hija. Cuando la oye hablar así se emociona mucho porque le parece estar oyéndose a sí misma.

Las banderas, su madre las convirtió en las servilletas con las que ahora ambas se limpian la boca mientras comen juntas. De postre dan un paseo por el parque al que iban siempre cuando Simone era pequeña.

Ahora, como entonces, recorren los jardines cogidas de la mano. 

martes, 13 de noviembre de 2012

El hipo de Simone

Hace tiempo que Simone sufre hipo después de desayunar. Al terminar el último sorbo del chocolate caliente Simone tiene tres fuertes e inesperadas aspiraciones. Todo es muy rápido e impulsivo y aunque sabe que es una costumbre de su cuerpo, el hipo siempre la coge por sorpresa. 
 
Simone nunca le había dado importancia a su hipo mañanero hasta que empezó a visitarla a deshoras. Ya no lo tiene solo después de desayunar. Ahora puede aparecer en cualquier momento del día y no son sólo tres aspiraciones sino que tarda muchos, demasiados minutos en irse. Simone ha probado todos los remedios populares que conoce: aguantar la respiración diez segundos; pedirles a sus amigos que  le den un susto (sin que ella lo espere, claro); beber agua cabeza abajo, pero nada. Nada de esto le funciona. Lo único que parece tener resultado es la paciencia, pero ya cada vez le queda menos. Por eso ha decidido ir al médico.

Al entrar en la consulta se da cuenta de que el médico que la atiende no es el mismo de siempre. Simone no recuerda la última vez que estuvo enferma, pero sabe que la cara del hombre que tiene delante en bata blanca no le suena de nada. Lo saluda muy amablemente mientras él le ofrece sentarse. 
 
Rápidamente le pregunta el motivo de su visita. Simone reconoce tras el mismo idioma un acento de otros mares, de otros aires. Sin saber porqué, esto le gusta. 

Simone le explica lo que le sucede y él le pregunta a continuación cómo lleva el paso del tiempo. Simone no entiende nada. Le gustaría atreverse a preguntarle por qué le hace esa pregunta, pero Simone no sabe que no necesita hablar con palabras para que él la oiga. Entonces el médico de otros aires le explica la función del hipo y le hace ver que si su cuerpo lo genera es porque ella, de alguna manera, necesita parar el tiempo, que es lo mismo que hace su cuerpo con la respiración gracias al hipo.  

A pesar de que Simone se muestra totalmente desconcertada, el médico puede ver que su cuerpo comprende perfectamente. Ojalá todos los pacientes fueran como ella, piensa, mientras observa cómo los ojos de Simone le agradecen, sin que ella aún sea consciente, que haya descubierto el secreto que le corta la respiración. 

La prescripción es clara: ir a ver la puesta de sol todos los días durante un mes. Allí, sobre el monte más alto de la ciudad no le será difícil disfrutar de la belleza del paso del tiempo. Cuando pudiera aguantar tanta hermosura pasaría a la siguiente fase del tratamiento: sentir la plenitud del vacío en la mirada de un ser querido. 

A las cosas bellas es difícil tenerles miedo. Puede que otras personas sí se lo tengan, pero el médico estaba seguro de que Simone no era así. Los otros aires de los que procedía se lo susurraron mientras Simone se enjugaba las lágrimas.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Los días de Simone


Hay días en los que a Simone le parece que el arte de vivir es lo más sencillo que existe sobre la faz de la tierra. Días en los que cree que no es posible vivir un minuto sin que alguna maravilla de la creación deje absorto al humano que la contempla. Días en los que para ella lo difícil es estar triste, agobiada, enfadada con nadie ni con nada. Días en los que no tiene que esforzarse por ser amable, por ofrecer una sonrisa de buenos días ni por reírse con las bromas de su amado. Días en los que las cosquillas mañaneras de verdad la hacen reír con todo su cuerpo y, después, muchas horas después de haberlas recibido, aún se ríe con la misma intensidad al recordarlas. Días en los que por sorpresa siente algo bajo su ombligo llamando a la puerta suavemente, avisando de que una pulsación de placer va a recorrer todo su cuerpo, de un placer suave, como las olas que dejan una barca al pasar. Días en los que el pan tostado del desayuno sabe como el de las meriendas que le preparaba su tía antes de ir al parque. Días en los que la voz de su amado es la más hermosa de las melodías; en los que caminar y respirar son actos de una  magia asombrosa e inexplicable; en los que las personas son el mejor alimento y las puestas de sol, la mejor medicina.

Hay días en los Simone siente que estar viva es lo mejor que le podía pasar.