Simone
ha descubierto hace bien poco lo que son los abrazos.
Ella
supone que de pequeña sus padres la abrazarían mucho y la querrían mucho, pero
como eso fue hace tanto tiempo y ella era muy pequeña, no lo recuerda.
Hace
poco tiempo a Simone le dieron un abrazo y le gustó tanto que a partir de
entonces ella también quiso comenzar a darlos.
Al
principio no sabía muy bien como hacerlo. No sabía a qué altura poner los
brazos sobre la espalda de la otra persona, cuánto debía presionar y sobre
todo, cómo colocar su cabeza para sentirse cómoda y no incomodar al otro. Por
eso no le quedó otra solución que investigar.
Una vez
que tuvo controlada la técnica de cintura para arriba, Simone se dio cuenta de
que existen abrazos en los que también entran las piernas. Vista desde fuera,
cuando Simone abrazaba formaba una figura con la otra persona como de tienda de
campaña, tal era el espacio que había entre las piernas de uno y de otro que
podrían dormir de 2 a 4 personas dentro. Eso, pensó Simone, había que
solucionarlo.
Cuando
tuvo las piernas bajo control, Simone podía estar minutos, muchos minutos,
pegada al cuerpo de alguien, de quien quiera que fuera. Era una sensación que
no podía igualar a nada que ella hubiera sentido antes.
Desde
ese momento, Simone se metía en un abrazo buscando llegar a rincones de su
propio ser que nunca antes había siquiera sospechado que existían. No existía
nada más en el mundo que el propio abrazo, ni siquiera ella, ni siquiera la
otra persona, sólo el abrazo.
Simone
llegó a ser famosa por dar unos abrazos tan agradables, respetuosos y gustosos
que por eso, y solo por eso, la nombraron la primera embajadora mundial de los
abrazos.
A ella
eso le encanta y lo celebra cada día con muchos abrazos.
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