martes, 15 de abril de 2014

Simone y su sombra

Simone y su sombra siempre van juntas a todas partes. Simone piensa que la lleva todo el tiempo por detrás pegada a sus pies, que su sombra la acompaña sin rechistar allá donde ella quiera ir, pero la realidad no es así. La sombra de Simone no va siempre por detrás, de hecho, va cambiándose de lugar cuando se le antoja, eso sí, siempre pegada a los pies de Simone. Tanto cambia de lugar que muchas veces se pone delante y parece ser ella la que guía a Simone. Cuando Simone se la encuentra por delante, se sorprende, pero no piensa demasiado en el porqué y se entretiene en hacer todo lo posible por no pisarla.

En realidad, sin que Simone lo sepa, es su sombra la que guía sus pasos. Su sombra se comunica con ella constantemente, diciéndole lo que le gustaría hacer y adonde querría ir. Simone, al oír la voz de su sombra, la confunde con su voz interna, con su propia voz, y la sigue como si fuera la suya. Su sombra no tiene la intención de dirigirla, únicamente se manifiesta. Es cosa de Simone el confundir las voces y dejarse llevar por la que no es.


En su seguir de los días a veces Simone siente de golpe que se está equivocando, que eso que ella pensaba que quería hacer o que le gustaba ni le gusta ni lo quiere hacer. Entonces cambia de rumbo. Siempre que a Simone le pasa esto, de pronto se siente más ligera y hasta le cambia el humor. Deja de enfadarse por cualquier cosa y parece que tuviera más paciencia con el mundo y con ella misma. Además, en estas situaciones, a Simone le parece ver que, acto seguido de darse cuenta de su confusión,  algunas partes de su sombra se volvieran más claras.  Ella lo achaca a que en esos momentos de claridad interna lo ve todo más claro por dentro y por fuera, pero en realidad su sombra sí se vuelve más luminosa, incluso sonríe y le guiña un ojo, pues cada vez que Simone consigue escuchar y seguir su propia voz ella se quita un peso de encima. 

miércoles, 31 de julio de 2013

Simone escribe cartas



A Simone le encanta escribir cartas que, a pesar de tener destinatarios concretos, no envía a nadie. Algunas son para ella misma, otras son para alguna amiga, para su amado, su madre o su padre que la acompaña día y noche desde donde sea que se encuentre. A veces, Simone también dirige sus cartas a cosas en lugar de a personas. Entonces se explaya en mostrar las maravillosas cualidades de la flor convirtiéndose en granada o de la hoja del castaño mudando de color. Los pájaros, las nubes y la luna también encuentran lugar entre las líneas de sus epístolas.

En sus cartas, Simone siempre toma como tema del que hablar la persona o cosa destinataria. Generalmente comienza contextualizando con alguna anécdota propia reciente, algunas de las novedades de su vida o simplemente el transcurso habitual de sus días. Después, pasa a expresar lo que la persona o cosa a quien se dirige le despierta, aquello de ella que quiere remarcar, aquello que necesita decirle. A veces las palabras le faltan para abarcar la grandeza de las emociones que quiere expresar; otras, las críticas, exigencias y decepciones se lían y enrollan hasta acabar con todo atisbo de vida. Simone no piensa cuando escribe, solo deja a las palabras salir sin ponerles trabas ni atraparlas con juicios. 

Una vez concluida la carta, Simone se dispone a leerla todo seguido para localizar y subrayar el nombre de la persona o cosa a la que ha dirigido sus palabras. Cuando tiene todos los nombres localizados, los cambia por el suyo propio, convirtiéndose así, de un plumazo literal, en la protagonista de todas las cosas expresadas. Solo después de haber cambiado todos los nombres por el suyo, Simone lee la carta en voz alta. Es así como, al verlo en los otros, Simone se da cuenta de todo lo que ama y odia de ella misma.

Terminado el proceso, Simone mete la carta en un sobre y la guarda en el cajón de su escritorio. Cuando el cajón está lleno, saca todas las cartas y las vuelve a leer. Aquellas cuyo mensaje Simone aún no ha conseguido ver,  permanecen en el cajón. Aquellas en las que Simone se reconoce como en el espejo, pasan a ser quemadas en una hoguera a la luz de la luna. 

Simone aprovecha estas hogueras para agradecer todas y cada una de las cartas, todas y cada una de las palabras devueltas en su correspondencia con ella misma. 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Simone y las palabras



Simone tiene un problema con las palabras, por eso, cada vez que intenta decirle a su amado lo que siente por él, salen de su boca frases disparatadas que no tienen ninguna relación con el tema sobre el que están conversando. Su amado cree saber lo que le pasa, cree saber de donde vienen esas frases sin sentido que no la dejan declarar su amor. Con la intención de ayudarla él le dice constantemente que la quiere, así ella sólo tendrá que decir “yo también”, algo que a Simone podría resultarle más sencillo.

A veces, Simone contesta al “te quiero” de su amado contándole cosas como que se le ha salido el aro al único sujetador beige que tiene. Eso le pasa por meterlo en la lavadora. Su amado sonríe.
Otras veces, Simone responde que los champiñones troceados le van muy bien a la crema de espinacas o que han aparecido goteras en la cocina.

Con el tiempo su amado siempre olvida las respuestas de Simone a medida que amplia el número de veces que le declara su amor, convencido de que eso la ayuda.

Hoy su amado le ha vuelto a decir que la quiere y Simone le ha hablado de termitas. Dice que tiene terminas por dentro, termitas que se despiertan al oír palabras de amor y que se alimentan de los sentimientos que esas palabras generan en ella. Para que  permanezcan dormidas sólo se le ocurre una solución.

Simone entonces le habla de la fibra óptica. Y su amado, de la formación de las nubes.

miércoles, 9 de enero de 2013

Simone canta en un musical


A Simone le encantan los musicales. En algún momento de su vida, a Simone le encantaría vivir la situación en la que un desconocido se pusiera a cantar de pronto en el autobús y que el resto de pasajeros comenzara a hacer los coros. Si además se pusieran a bailar entre las barras y a deslizarse por el pasillo, muchísimo mejor. Así se sentiría dentro de un musical y se cumpliría uno de sus sueños. Tan sencillo como eso. 

Sin embargo, en lugar de vivir entre acordes y melodías envolventes, Simone se siente rodeada de sonidos estridentes. El claxon de la moto del chico que viene a recoger a su novia en la casa de al lado; el perro del vecino que se pone a ladrar cada vez que Simone se asoma al balcón; el golpeteo de los pies del vecino al subir las escaleras; ¡como no!, el mítico camión de basura alrededor de la media noche y el legendario butanero que aún sigue avisando de su llegada al barrio con varios toques de claxon y agitando las bombonas unas contras otras. Con tanto sonido discordante, el silencio es tan ansiado por Simone como vivir en un musical.

Una noche, cuando el butanero soñaba con su época legendaria de conquistas y  el basurero con un mundo sin desperdicios, Simone se vio envuelta en silencio. Asomada a la ventana, mientras respiraba el fresco nocturno del verano, Simone notó una extraña presencia. El perro estaría durmiendo, el chico de la moto ya habría dejado a su novia en la casa y el vecino se habría cansado de subir y bajar escaleras. El caso es que por una vez desde no se sabe cuándo, Simone no escuchaba nada más que silencio.  Entonces comenzó el musical.

Las primeras notas fueron de percusión. Simone tardó varios segundos en comprender que el sonido provenía de su corazón. La sorpresa en la que se encontraba no le impidió reconocer que era la mejor percusión que había oído en su vida. El ritmo, dado por los tambores de una batería acariciados por escobillas, era claro, lento y acogedor.

A las pocas notas se unió un bajo, ¿o era un contrabajo? Simone siempre se había sentido más atraía por la elegancia de los contrabajos que por la modernidad del bajo, por eso decidió que si había un bajo en su orquesta interna sería un contrabajo. No necesitó prestar mucha atención para descubrir que el sonido provenía precisamente del bajo vientre, justamente de debajo del ombligo... O estaba loca o era su útero resonando a su propio ritmo, diferente al del corazón pero armonizado con él.

Su cuerpo resonaba por el pecho y por el bajo vientre mientras Simone esperaba expectante que apareciera el cantante y la sacara a bailar por los tejados de su barrio bajo la luna llena.

La sección al completo de vientos la sacó de su expectación de un susto. Esperaba que los instrumentos melódicos fueran incorporándose, pero no contaba con que fuera de forma tan repentina. Al momento, los violines hacían de las suyas y Simone no pudo esperar a que llegara alguien y la sacara a bailar. Ella sola, cortejada por toda la orquesta, comenzó a improvisar la letra de la canción como si la hubiera cantado siempre mientras se subía a la cama para verse cantar de cuerpo entero en el espejo de la habitación y se deslizaba por la barandilla de la escalera de su portal. La mañana la sorprendió entonando los buenos días sobre el claxon de la moto mientras el perro se unía con sus ladridos a la percusión.

Ese día Simone caminaba envuelta en armonía musical en dirección, como cada mañana, a la parada de autobús. Al subir las escaleras miró al conductor y le sonrió. La percusión estaba preparada, los vientos también. El coro, por fin, la estaba esperando. 

martes, 20 de noviembre de 2012

Las banderas de Simone


Todos los domingos Simone va a ver a su madre. Unas veces va a desayunar con ella, otras a almorzar y otras a pasear por la tarde. Sea a la hora que sea, cada semana Simone pasa una parte del domingo con ella.

Su madre, siempre que se ven, le pregunta las mismas cosas: por su trabajo, si se va a casar con su amado y cuándo van a tener hijos.

Antes, cuando Simone era más joven, se alteraba mucho por las preguntas de su madre. Cada semana sentía la necesidad de explicarle con las palabras de muchos y muchas teóricos que ella no había venido a este mundo para pasarse la vida dentro de la cadena de montaje capitalista; que tampoco tenía intención de rendir culto con el matrimonio a una civilización castradora de lo femenino y de las mujeres, y mucho menos de completar el triángulo edípico teniendo hijos. Cada domingo Simone sacaba con su madre todas las banderas ideológicas con las que se vestía: las nuevas que había ido adquiriendo durante la semana y las que ya llevaba de ropa interior.

Su madre nunca entendía nada. Para ella su hija hablaba con palabras ladrillos, palabras que más que unir lazos entre las personas parecían querer separarlas por matices. Tantas teorías a ella no le decían nada, por eso a su madre no le quedaba más remedio que volver a preguntar lo mismo la semana siguiente, a ver si entre tantas frases tan bien aprendidas conseguía oír, aunque fuera de lejos, la voz de su hija.

Ahora, cuando su madre le hace estas preguntas, Simone le cuenta que ha escrito tres poemas nuevos y dos cuentos, que anoche su amado le preparó una cena riquísima por sorpresa y que, últimamente, cuando está ovulando, entrevé la madre que podría llegar a ser. Simone no sabe qué pasará en el futuro, no tiene ni idea de por dónde irá su vida, pero eso es lo que siente y quiere contárselo a su madre.
Su madre está feliz de volver a oír tan de cerca la voz de su hija. Cuando la oye hablar así se emociona mucho porque le parece estar oyéndose a sí misma.

Las banderas, su madre las convirtió en las servilletas con las que ahora ambas se limpian la boca mientras comen juntas. De postre dan un paseo por el parque al que iban siempre cuando Simone era pequeña.

Ahora, como entonces, recorren los jardines cogidas de la mano. 

martes, 13 de noviembre de 2012

El hipo de Simone

Hace tiempo que Simone sufre hipo después de desayunar. Al terminar el último sorbo del chocolate caliente Simone tiene tres fuertes e inesperadas aspiraciones. Todo es muy rápido e impulsivo y aunque sabe que es una costumbre de su cuerpo, el hipo siempre la coge por sorpresa. 
 
Simone nunca le había dado importancia a su hipo mañanero hasta que empezó a visitarla a deshoras. Ya no lo tiene solo después de desayunar. Ahora puede aparecer en cualquier momento del día y no son sólo tres aspiraciones sino que tarda muchos, demasiados minutos en irse. Simone ha probado todos los remedios populares que conoce: aguantar la respiración diez segundos; pedirles a sus amigos que  le den un susto (sin que ella lo espere, claro); beber agua cabeza abajo, pero nada. Nada de esto le funciona. Lo único que parece tener resultado es la paciencia, pero ya cada vez le queda menos. Por eso ha decidido ir al médico.

Al entrar en la consulta se da cuenta de que el médico que la atiende no es el mismo de siempre. Simone no recuerda la última vez que estuvo enferma, pero sabe que la cara del hombre que tiene delante en bata blanca no le suena de nada. Lo saluda muy amablemente mientras él le ofrece sentarse. 
 
Rápidamente le pregunta el motivo de su visita. Simone reconoce tras el mismo idioma un acento de otros mares, de otros aires. Sin saber porqué, esto le gusta. 

Simone le explica lo que le sucede y él le pregunta a continuación cómo lleva el paso del tiempo. Simone no entiende nada. Le gustaría atreverse a preguntarle por qué le hace esa pregunta, pero Simone no sabe que no necesita hablar con palabras para que él la oiga. Entonces el médico de otros aires le explica la función del hipo y le hace ver que si su cuerpo lo genera es porque ella, de alguna manera, necesita parar el tiempo, que es lo mismo que hace su cuerpo con la respiración gracias al hipo.  

A pesar de que Simone se muestra totalmente desconcertada, el médico puede ver que su cuerpo comprende perfectamente. Ojalá todos los pacientes fueran como ella, piensa, mientras observa cómo los ojos de Simone le agradecen, sin que ella aún sea consciente, que haya descubierto el secreto que le corta la respiración. 

La prescripción es clara: ir a ver la puesta de sol todos los días durante un mes. Allí, sobre el monte más alto de la ciudad no le será difícil disfrutar de la belleza del paso del tiempo. Cuando pudiera aguantar tanta hermosura pasaría a la siguiente fase del tratamiento: sentir la plenitud del vacío en la mirada de un ser querido. 

A las cosas bellas es difícil tenerles miedo. Puede que otras personas sí se lo tengan, pero el médico estaba seguro de que Simone no era así. Los otros aires de los que procedía se lo susurraron mientras Simone se enjugaba las lágrimas.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Los días de Simone


Hay días en los que a Simone le parece que el arte de vivir es lo más sencillo que existe sobre la faz de la tierra. Días en los que cree que no es posible vivir un minuto sin que alguna maravilla de la creación deje absorto al humano que la contempla. Días en los que para ella lo difícil es estar triste, agobiada, enfadada con nadie ni con nada. Días en los que no tiene que esforzarse por ser amable, por ofrecer una sonrisa de buenos días ni por reírse con las bromas de su amado. Días en los que las cosquillas mañaneras de verdad la hacen reír con todo su cuerpo y, después, muchas horas después de haberlas recibido, aún se ríe con la misma intensidad al recordarlas. Días en los que por sorpresa siente algo bajo su ombligo llamando a la puerta suavemente, avisando de que una pulsación de placer va a recorrer todo su cuerpo, de un placer suave, como las olas que dejan una barca al pasar. Días en los que el pan tostado del desayuno sabe como el de las meriendas que le preparaba su tía antes de ir al parque. Días en los que la voz de su amado es la más hermosa de las melodías; en los que caminar y respirar son actos de una  magia asombrosa e inexplicable; en los que las personas son el mejor alimento y las puestas de sol, la mejor medicina.

Hay días en los Simone siente que estar viva es lo mejor que le podía pasar.